Comentario
El origen de la primera dinastía faraónica parece estar en Tinis (This), una localidad del Alto Egipto próxima a Abidos donde se ha encontrado la necrópolis de los faraones de la I dinastía y de algunos de la II. Muchos de ellos poseen otra tumba en la necrópolis de Sakkara, que corresponde a la ciudad de Menfis. La ciudad de la blanca muralla fue, según Manetón, fundación de Menes. La unificación de los dos reinos parece tener como consecuencia lógica la fundación de una capital bien situada desde un punto de vista geopolítico. Abidos estaba demasiado lejos para mantener allí el centro administrativo, pero seguía teniendo un peso simbólico extraordinario como sede originaria de la dinastía, lo que justificaría la erección allí de cenotafios, simulacros de las tumbas reales de Menfis. En realidad no sabemos dónde fueron depositados los cuerpos de los monarcas porque sus tumbas estaban saqueadas, pero ese extremo carece de importancia mientras podamos explicar la razón de la dualidad de tumbas para las primeras dinastías.
Aha parece haber ensanchado los límites del reino, según se desprende de sus campañas contra nubios y libios, pero al mismo tiempo tiende un sistema de cohesión interna del estado mediante la restauración de los cultos locales y la integración ideológica del norte en el sistema faraónico, no ya como territorio vencido, sino como una parte más del estado. Este faraón habría sido sucedido por otros seis monarcas de los que no sabemos mucho más que sus nombres de Horus o nebty. Ignoramos todo acerca del fin de la dinastía y el advenimiento de la II. Los nuevos monarcas dejan de enterrarse en Abidos, lo que ha hecho suponer a algunos que serían originarios de Menfis; sin embargo, a partir del sexto faraón, Peribsen, se recupera la costumbre de enterrarse en Abidos. Todo parece indicar que los primeros reyes de la II dinastía consolidan el papel central de Menfis en las relaciones políticas y el equilibrio de la integración es obvio en el nombre del primer faraón de la dinastía: Hotepsekhemuy, los Dos Poderosos (Horus y Seth) están en paz. A partir de esta época, además, adquiere un papel relevante en la onomástica faraónica el dios solar Ra. La línea dinástica parece alterada con el reinado de Peribsen, nombre de Seth, que sin embargo se vio desplazado hacia el sur, hasta el punto de ser enterrado en Abidos. De los escasos datos se puede colegir que las relaciones entre los dos antiguos reinos se deterioran hasta el punto de romper la unidad, que sería recuperada por su sucesor Khasekhem (el Poderoso = Horus está coronado) tras una victoria sobre el norte que le permitirla cambiar su nombre por el de Khasekhemuy (los Dos Poderosos están coronados), coincidiendo con su nombre nebty, Hetepnebuiimiuief (los Dos Poderosos se han reconciliado en él). Es quizá esta situación de paz la que le permite emprender las tareas constructivas que hacen de su reinado un momento decisivo en la conformación de la ideología faraónica A su muerte parece que no se produce alteración sucesoria, aunque Manetón cierra con él la II dinastía.
La época tinita, con la aparición del estado unificado, supone una ruptura con los procesos productivos precedentes. No significa esto que desaparezcan las comunidades de aldea, sino que el poder central se convierte en un nuevo elemento dedicado a la captación de excedentes y a su redistribución, de manera que el faraón es el responsable de la producción y del bienestar de los productores desde una perspectiva idealizada del funcionamiento del estado, porque en el ámbito de lo real da la impresión de que los faraones de las dos primeras dinastías se preocupan menos por los problemas infraestructurales que sus colegas mesopotámicos, al menos en el ámbito propagandístico. En este sentido, la voluntad del monarca parece más orientada a satisfacer los fundamentos ideológicos de su poder teocrático, como queda de manifiesto en la reiteración de los festivales sed, jubileos mediante los cuales se renueva la doble coronación. Las escenas de Niuserré, de la V dinastía y de Osorcón II, de la XXII nos permiten saber que se enterraba una estatua, personificación del faraón envejecido, y posteriormente se entronizaba al monarca rejuvenecido, que había adquirido su vitalidad en una carrera ritual ante los dioses y las representaciones simbólicas de los nomos. Algunos autores consideran que esta fiesta es el residuo de un antiguo ritual en el que se sacrificaba al rey incapaz de revalidar su poder superando las pruebas de renovación. Su sustitución por el ritual del sed sería expresión de la concentración de poder en el faraón que desposeía así a la comunidad, pero el faraón-hombre podía peligrar si su fortaleza física le flaqueaba. Una segunda sustitución se hacía entonces imprescindible y el procedimiento instaurado sería el de la corregencia, que permitía actuar en el ritual al faraón o a su heredero designado.
La arquitectura funeraria también está al servicio de la propaganda real. Con la I dinastía se pone de manifiesto el incremento de la riqueza y la capacidad organizativa; las tumbas de Abidos están personalizadas a través de las estelas con el nombre de Horus del monarca enterrado, pero poseen, además, un segundo elemento, un edificio separado, justo en el límite de las tierras de cultivo. Ese edificio se va desarrollando y el que mejor conocemos corresponde al del último monarca de la II dinastía, Khasekhemuy. Se trata del Shunet ez-Zebib, un recinto de más de ciento veinte metros de longitud por sesenta y cinco de anchura, cerrado por una doble muralla. El edificio no tiene las paredes lisas, sino formando nichos al exterior, que se conoce como fachada palacial que aparece representada en las estelas. En el interior existe espacio para reproducir el festival sed. Es, sin duda, el palacio funerario del faraón, capaz de sustraer de la redistribución el excedente necesario como para construir dos veces los elementos infraestructurales en los que desarrolla su vida real. Su capacidad acumulativa es de tal magnitud que sólo se puede comprender aceptando que su distancia con respecto a los productores es propia de un dios. Al mismo tiempo, las condiciones de la producción han mejorado hasta el punto de permitir una vida divina al mortal monarca. El paso siguiente en el distanciamiento entre el faraón y sus súbditos será la construcción de las pirámides. El proceso es análogo al que se ha descrito en Súmer, pero la diferencia sustancial, al margen de la funcional, estriba en el hecho de que allí el primer zigurat fue construido por Urnammu hacia finales del siglo XXII, mientras que la pirámide escalonada de Sakkara es seiscientos años más antigua. Seguramente la celeridad del proceso en Egipto permitió representar la ruptura en las propias condiciones de existencia de la monarquía como institución divina, mientras que en Súmer fue necesario proyectarla simbólicamente al universo divino que tendría solución de continuidad con la monarquía. En tales condiciones podemos suponer que el aparato del estado se encuentra ya muy desarrollado, con burócratas de distinto rango especializados en las diferentes ramas de la administración: aristócratas allegados al monarca que se entierran en Sakkara, altos funcionarios con su necrópolis en Heluán.
Es obvio que el fundamento del poder del faraón está en el ejército, pero no sabemos nada acerca del reclutamiento o de su funcionamiento. Es probable que cada nomo participara con un contingente militar, de la misma manera que contribuía al fisco sean las cargas tributarias que le fueran impuestas; sin embargo tampoco tenemos información acerca de la propiedad del suelo ni del sistema fiscal, extremos que interesarían la administración central. Imaginemos qué información podrían tener sobre realidades ajenas a su interés.